Aunque la pandemia por Covid-19 ha acelerado o incluso transparentado la necesidad, desde hace al menos dos décadas que es evidente lo imperioso que resulta reformar el sistema educativo. En pleno siglo XXI seguimos atados a una “institución escuela” típica de la modernidad. Los valores han cambiado, las sociedades, la cultura y la forma de trabajar también, pero sin embargo continuamos aprendiendo bajo esquemas estancos, estructurados e inmutables, que parecen ajenos a las revoluciones que suceden alrededor. ¿De quién o quiénes es la responsabilidad? ¿De los docentes? ¿De los directivos? ¿Del sistema? Este último aglutina a todos y, a la vez, a nadie. Deslinda de responsabilidades y el resultado es que navegamos en un vacío, en una continuidad por omisión. Reformar el sistema educativo hoy es una necesidad urgente y debería ser una prioridad en el seno de cualquier gobierno. Básicamente, y nadie dice que sea sencillo, es menester adaptar un sistema que se forjó en la modernidad, y bajo el auge del capitalismo, a otro que debe convivir con las particularidades del posmodernismo, las nuevas nociones de espacio- tiempo y la notoria crisis que viven las economías capitalistas.
La escuela tal como la conocemos se concibió bajo la necesidad de formar mano de obra para las fábricas y las laboriosidades propias de la sociedad moderna. Es por eso que su estructura es similar a la de tales sistemas productivos: jornadas de ocho horas, división de tareas, momentos de trabajo y de ocio claramente establecidos, timbres de salida para notificar el punto final de las actividades o los anhelados “recreos”, el claro disciplinamiento en torno a las figuras de autoridad y una apropiación de conocimientos que se da de forma estructurada y, sobre todo, lineal y secuencial, como la producción en serie de tipo fabril.
La modernidad sólida, parafraseando al polaco Zygmunt Bauman, fue la matriz en la que se gestaron estas estructuras educativas de tipo industrial en las que los espacios ocupados o conquistados eran lo más importante. Entonces, hoy tenemos aulas y esquemas de funcionamiento modernos e industriales para sociedades pos modernas y pos industriales. Y contenidos y docentes que se siguen rigiendo por aquellas estructuras fabriles y lineales en un contexto donde el conocimiento circula en forma reticular e hipertextual, cada vez más similar al funcionamiento del cerebro humano al momento de procesarlo, por asociación.
En el texto “Cinco tendencias de educación y tecnología en un futuro sostenible”, de Burbules, N. , Fan, G. y Repp, P, se plantea justamente la necesidad de reformar la enseñanza convencional, y eso no sólo refiere a aulas virtuales sino también a educadores capacitados y adaptados a esta nueva sociedad de la información, como le llamaría Manuel Castells.
Tal como aprecian los autores, el modelo educativo “ha sido industrial y estandarizado” porque las sociedades masivas así lo requerían. Pero lo cierto es que nuestras escuelas e instituciones educativas de cualquier tipo hoy están inmersas en sociedades que ya no son masivas, sino fragmentadas, y donde los contenidos o productos ya no se fabrican en serie, sino muchas veces de forma personalizada o a demanda.
Es por eso que resultan de interés los diversos grados de personalización que permiten las TIC en el empleo del material didáctico. La llamada “instrucción adaptativa” debería ser un objetivo a perseguir. No para reemplazar la tradicional, sino para reforzarla. Que un sistema programado algorítmicamente colabore en las tareas docentes debe ser visto como una oportunidad, puesto que estas “tutorías inteligentes” les permiten a los educadores obtener estadísticas inferenciales sobre el proyecto educativo: qué tareas entusiasman más
a los alumnos, cuáles generan menos interés, en cuáles cometen menos errores, cuáles los desalientan, etc. Todo gracias a la inteligencia artificial, que actúa sobre patrones masivos de información y, de esa manera, nos ofrece (a modo de big data) información muy valiosa sobre las diferencias de aprendizaje de los alumnos e incluso nos permite seguir adaptando y personalizando las consignas.
Estas “aulas invertidas” o «Flipped Classroom«, como también les llaman los autores, son una contribución y deberían entusiasmar a la comunidad educativa. Como ya lo decía Skinner con su “máquina de enseñar”, no reemplazan a los docentes, pero sí los ayuda a automatizar procesos, lo que permite que el educador se concentre en otras tareas.
Dentro de los cambios en el aprendizaje, algo que también marca una ruptura clara con el sistema moderno e industrial es el llamado “aprendizaje ubicuo”. En las escuelas del siglo XX, las aulas, los libros, las bibliotecas, lo eran todo. Hoy no podemos pretender que el aprendizaje se circunscriba sólo a estos ámbitos si contamos con una “Biblioteca de Alejandría” que cabe en nuestra mano y que sólo está disponible con un clic. Sería acorde darle espacio al “aprendizaje informal” y lograr vincularlo con los currículos establecidos por la enseñanza formal. Hoy, gracias a la Web, es una realidad el aprendizaje constante y a la carta, algo que es totalmente disruptivo con los viejos esquemas modernos. Aunque sigan existiendo las planificaciones y los currículos, la educación basada en los problemas y más en sintonía con el contexto, el propósito y las necesidades son una realidad que se da sin la venia ni la tutoría de nadie.
No obstante, aunque los medios educativos hayan cambiado, Burbules, Fan y Repp alertan acerca de que la “forma de organización escolar institucionalizada tarda más en adaptarse” y, sin rodeos, admiten que el sistema educativo “es reticente” al cambio.
El camino que abre una luz de esperanza es que, ante los imperativos impuestos por el aislamiento por Covid-19, los Gobiernos comprendan la necesidad de modificar algunas bases que sostuvieron a la educación moderna. Y para eso también es necesario cambiar, o al menos actualizar, la formación de los que forman. Desde los magisterios en la educación inicial, primaria y secundaria hasta los terciarios y el nivel superior.
Si la vida social cambió, si la cultura, el trabajo y las formas de aprender están mutando, es necesario que los docentes también lo hagamos. Todos deberíamos colaborar en esa vuelta de página. Reforzar el sistema para lograr jóvenes y adultos más preparados y ajustados a la época que nos atraviesa. Sea por medio de espacios/tiempos presenciales o virtuales, pero con algo en común: son notoriamente más complejos y mucho más flexibles que en la estructurada y vieja modernidad.